David Wilkerson recuerda que a la edad de 12 años tuvo una experiencia que le permitió poner en práctica la enseñanza que su abuelo – un fogoso evangelista – le había dado, de ser “públicamente específico” en sus oraciones. Llegaba un día a su casa del colegio cuando se encontró con la terrible noticia de que su padre – el pastor Kenneth Wilkerson – se moría a causa de una crisis en sus úlceras duodenales. El médico le había dado dos horas de vida. David escuchó la terrible sentencia del médico de labios de su madre, y decidió bajar al sótano para orar. Allí oró tan fervientemente como pudo, para contrarrestar su falta de fe. Pero él no sabía que su voz se escuchaba claramente en el dormitorio de su padre, gracias a las tuberías de la calefacción, que hacían las veces de verdaderos megáfonos. Su padre lo mandó llamar, y pidió a su esposa que leyese Mateo 21:22: “Y todo lo que pidieries en oración, creyendo, lo recibiréis.” Lo leyó una docena de veces. Después, David se acercó a su padre, y oró: — Jesús, yo creo lo que tú dices en tu Palabra. Sana a mi papá. En seguida, se acercó a la puerta y anunció al doctor y los ancianos de la iglesia, que esperaban afuera: — Doctor, le ruego que venga. Yo he ... orado creyendo que mi papá mejorará. El doctor se acercó con una sonrisa cariñosa y compasiva (pero totalmente incrédula), y examinó a su padre. Le preguntó cómo se sentía.— Como si una nueva fuerza me corriera por el cuerpo – contestó. — Kenneth – dijo el médico – acabo de ser testigo de un milagro
Hace 2 años
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